Posts by Pedro Romero

La disyuntiva trampa

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A toro pasado, todos somos Manolete. O como dicen en mi pueblo con mayor expresividad, a cojón visto, macho seguro. Escribir estas líneas a finales de mayo no tiene el mismo valor que haberlo hecho a principios de marzo, cuando el miedo ante lo desconocido, la incertidumbre sobre un nuevo virus que se propagaba como la pólvora y el terror de ver como se saturaban los hospitales, impulsó a los gobiernos de prácticamente todas las sociedades occidentales a encerrarnos en nuestras casas y a paralizar el mundo. Pocos alzamos la voz entonces. Todos entendimos la gravedad de la situación y las medidas que se estaban tomando. Pero, desde mi modesta opinión, y con el deseo más absoluto de errar en mi análisis, nos equivocamos.

Todo comienza con la perversa disyuntiva entre salud y economía. Como si fuesen excluyentes. Como si no fueran de la mano. No es casual que la esperanza de vida de países como Suiza, España, Singapur, Japón o Francia ronde los 83 años mientras que la de Sierra Leona, República Centroafricana o Chad, apenas alcance los 54. Nadie duda de que la sociedad del bienestar de los países occidentales está basada en una cadena de generación de valor y riqueza que permite una recaudación de impuestos suficiente para mantener sistemas sanitarios avanzados. Del mismo modo, es una obviedad decir que el empobrecimiento de los países genera hambre, delincuencia, miseria, injusticias y desigualdades.

La solución fue paralizar el mundo para que no hubiese más contagios pensando que la economía es como un ordenador que puedes apagar, reiniciar, resetear y volver a encender cuando lo necesites. Oíamos hablar de recuperación en “V” y de que en 2021 volveríamos a la normalidad económica. Pero la economía no es un ordenador, sino que se asemeja más bien a un jardín que muere si dejas de regarlo, con un punto de no retorno en el que el agua ya no soluciona nada. Hay que comenzar por replantarlo de nuevo. Nuestros sistemas económicos viven del tiempo. Sistemas monetarios fiduciarios basados en la confianza en los que las soluciones históricas han sido siempre inyecciones de liquidez a costa de incrementar la deuda soberana hasta límites insoportables. Sistemas fiscales cuasi piramidales en los que los trabajadores no cotizan para pagar sus pensiones, sino las de los jubilados coetáneos. Deuda y más deuda para generaciones futuras. Pero el sistema se sostenía porque la rueda giraba. Si detienes la rueda el sistema colapsa. Y nuestro sistema está cerca del colapso. Según todas las previsiones nos espera una recesión mucho más profunda que la de 2001 o la de 2007. Una depresión sin precedentes para todo aquel que tenga menos de 90 años. Solamente en los meses de marzo y abril en España se han destruido casi un millón de empleos, 3,5 millones de trabajadores se encuentran afectados por un ERTE, un millón de autónomos han cesado su actividad y se espera un aluvión de concursos de acreedores de empresas cuando se vuelvan a abrir los plazos. Me temo que las consecuencias sociales y económicas de nuestras decisiones serán mucho más devastadoras que el reguero de dolor y muerte que está dejando el maldito virus.

Y lo más preocupante de todo es preguntarnos para qué ha servido todo esto. Sin una vacuna o un tratamiento parece que estamos exactamente en el mismo punto sanitario que en marzo. Con una sociedad sin inmunizar (un 5% según el estudio de seroprevalencia) y desamparada ante un más que posible rebrote en otoño, cuando la meteorología nos quite el oxígeno veraniego que concede, por su estacionalidad, este tipo de virus. ¿Qué plan tendremos para entonces? ¿volver a encerrarnos? ¿dar la puntilla definitiva a la economía mundial? Si no hay clientes consumiendo y empresas y trabajadores generando actividad y liquidando impuestos, ¿cómo se pueden sostener los sistemas sanitarios? ¿cómo podemos preparar nuestra sanidad pública para posibles nuevos rebrotes o nuevas pandemias?

Convivimos con microorganismos. Patógenos y no patógenos. Mantenemos contacto a diario con millones de ellos. El ser humano dispone de herramientas y mecanismos para protegerse. Me refiero a nuestro sistema inmunitario. Ponernos en contacto con esos microorganismos hace que nuestro sistema inmunitario se haga más fuerte para enfrentarnos a ellos. Hacer ejercicio, tomar el sol y llevar una alimentación saludable prepara a nuestro organismo para hacer frente a virus y bacterias. Si pensamos que encerrarnos en burbujas de cristal es el mejor método para luchar contra éste o cualquier otro virus, estamos gravemente equivocados. Estamos equivocados por dos motivos. Porque aislando nuestros sistemas inmunitarios los hacemos más débiles y porque estamos planteándonos una nueva vida sin humanidad, en la que tendremos que medir cuando abrazamos o besamos a los seres queridos, cuando ayudamos a una persona a cruzar la calle, si podremos disfrutar de unas vacaciones en una habitación de un hotel, si debemos mirar mal al compañero de trabajo que se acerca a menos de dos metros, si podremos celebrar acontecimientos con nuestra gente o si podremos velar a nuestros muertos.

Se estima por el estudio de seroprevalencia que ha diseñado el Ministerio de Sanidad y el Instituto de Salud Carlos III que 2,3 millones de españoles se han infectado por COVID-19. 125.000 casos han necesitado de hospitalización y 28.000 han fallecido. Eso significa que el 94,6% de los infectados han superado la enfermedad sin enterarse o con síntomas leves. Sus sistemas inmunitarios han hecho frente al virus, han ganado la batalla y se han reforzado para posibles nuevos contactos. Por desgracia, hay sistemas inmunitarios deficitarios que no pueden hacer bien su trabajo. De hecho, el 95% de los fallecidos tenía más de 60 años. Con estos datos cabe, cuanto menos, hacerse algunas preguntas para las que no tenemos respuesta ¿Qué habría pasado si no hubiésemos paralizado la economía, generando inmunidad de rebaño, sin llevar a los países a la quiebra y manteniendo capacidades productivas que nos permitiesen ser fuertes económicamente para poder tener robustos sistemas sanitarios? ¿Qué hubiese sucedido si hubiésemos destinado todos nuestros recursos a prevenir fallecimientos en vez de prevenir contagios asintomáticos? ¿y si todo el despliegue hubiese sido para proteger a una parte de la población y no al total? ¿y si hubiésemos aislado exclusivamente a esos colectivos identificados como más vulnerables, con medidas de protección para ellos, test para ellos y horarios estrictamente controlados para ellos, para que pudiesen haber salido a comprar o pasear sin riesgo de contagio? Quizás un confinamiento selectivo. Quizás hubiese sido una solución alternativa un término medio entre el confinamiento generalizado, que han aplicado la mayoría de los países, y la inmunidad de rebaño sin protección especial para nadie, que está aplicando Suecia.

No pretendo enarbolar ninguna bandera política. Me limito a hacer un análisis crítico sobre las decisiones que se han tomado en prácticamente todos los países del mundo. Desde Donald Trump hasta Pedro Sánchez. Soy un farmacéutico que ha desarrollado su carrera en el sector financiero y he alcanzado mi madurez profesional sin ser especialista ni en sanidad, ni en economía. Nuestros gobernantes cuentan con asesores especialistas en ambas ramas y, por ello, creo y espero estar equivocado. Además, opinar “a cojón visto”, siempre es más fácil.

 

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Cinderella MAB

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El Dr. Peter K. Lewin describió por primera vez en 1976 el Síndrome de Cenicienta en niños que se sentían poco queridos por sus padres o que carecían de su afecto y atención. Muchas veces estos niños tenían fuertes personalidades o eran muy capaces en las labores que realizaban, tan solo necesitaban un poco de cariño o sentirse protegidos para explotar su verdadero potencial.

El MAB o Mercado Alternativo Bursátil es, para muchos, un gran desconocido. Es el hermano pequeño de los tres mercados cotizados españoles. A la sombra del IBEX-35 y del Mercado Continuo es más conocido por el escándalo Gowex que por lo que realmente representa.

El MAB es una fuente de financiación vía capitalización para las pequeñas y medianas empresas que en él quieran cotizar. Sí, para pequeñas y medianas empresas. Para más del 90% del tejido empresarial español. Para todas las compañías que quieran financiar sus proyectos de innovación, investigación e internacionalización y que no consiguen financiación tradicional porque sus ideas son demasiado novedosas como para que los bancos arriesguen sus sobresalientes en los test de estrés.

Pero no termina de arrancar. Es un mercado con escasa liquidez y elevadísima volatilidad. A diario apenas hay transacciones y con pequeñas operaciones se consiguen alterar sensiblemente los precios de las acciones. En esta situación, la inversión está más basada en la especulación que en el análisis de sus empresas cotizadas. Y para colmo, nuestros gobernantes y los organismos reguladores están más preocupados por legislar para que no se repita el caso Gowex que por proporcionar las facilidades que realmente se necesitan para dar a conocer este mercado. No es el camino.

Si hacer trampas tiene recompensa, por más complejo que diseñemos el laberinto, el tramposo siempre encontrará la salida. La realidad es que, casi un año después, los delincuentes reconocidos están en la calle con sus millones en Suiza mientras otros están encerrados en el laberinto. ¿No será mejor ejemplarizar y castigar a los tramposos en lugar de ponerles barreras que dificultan el camino a todos? En la Edad Media no había alarmas, ni cierres de seguridad, ni puertas blindadas. Sin embargo, no se robaba. Porque al que lo hacía le cortaban las manos.

Recientemente he asistido al foro MAB celebrado en Valencia y he escuchado de sus ponentes múltiples fórmulas cargadas de sentido común con las que el gobierno y las instituciones pueden ayudar a dar el espaldarazo definitivo a este mercado. Se propusieron nuevos vehículos de inversión como fondos especializados que permitiesen a los potenciales inversores conocer el MAB y sus empresas cotizadas. También se propuso la aprobación de incentivos y beneficios fiscales para los que inviertan en este mercado, al estilo de lo que se hizo en el AIM inglés, que cerró 2014 con más de 1.000 empresas cotizadas y una capitalización cercana a los 100.000 millones de euros. Para las arcas públicas sería una inversión, ya que lo recuperarían con creces vía impuestos de sociedades, seguros sociales, IRPF, etc,  como ya sucedió en Inglaterra.

¿No merece la pena que desde las instituciones se apoye un proyecto que permite financiarse de forma privada a pequeñas y medianas empresas, motores y principales generadoras de empleo de nuestra economía? ¿No sería interesante que el Estado invirtiese sus esfuerzos en dar a conocer una fuente inagotable de investigación, innovación e internacionalización para nuestras empresas? Señores gobernantes, tomen nota. El MAB posee un enorme potencial. Quizás sólo sea necesario diseñarle el vestido y calzarle los zapatos de cristal.

 

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Pascua económica

GRUA OBRA (2)

Durante la Semana Santa los datos de ocupación hotelera han superado las previsiones más optimistas y no se ha visto la arena en nuestras playas, inundadas de sombrillas bajo un sol radiante. Si bien es cierto que el buen tiempo ha contribuido, también lo es que la recuperación económica es un hecho. Los datos del paro de marzo son los mejores de la serie histórica y las grúas vuelven a levantarse sobre el horizonte de nuestras ciudades. Tras muchos años de pasión y calvario, hemos resucitado.

El sol y los ladrillos comienzan de nuevo a tirar de la economía española. Nada ha cambiado. Nuestro producto interior bruto tiene una fuerte dependencia de la construcción y del turismo. Cualquier otra cosa  que nos cuenten es un canto de sirena. Después de sufrir la mayor crisis económica que recuerdan generaciones, comenzamos la recuperación con el mismo modelo que nos llevo al desastre. Nosotros erre que erre.

Más de uno se preguntará si es necesario un cambio de modelo para no volver a las andadas. Mi respuesta es que no.  Al igual que un zapatero se debe especializar en hacer zapatos, un país debe especializarse en lo que mejor sepa hacer.

Nadie pone en duda la capacidad de nuestro país para recibir turistas atraídos por nuestro clima, nuestras playas, nuestras ciudades, nuestros hoteles, nuestros restaurantes y nuestras infraestructuras de transportes. No pretendo entrar en un debate sobre las inversiones que se hicieron en alta velocidad durante “aquellos maravillosos años”. Tan cierto es que ninguna línea rentabilizará la inversión como que la mayoría de ellas son operativamente rentables descontando la misma. Y la inversión ya está hecha, no hay vuelta atrás. Es, como dirían los economistas, un coste hundido. Aprovechémoslas sin rasgarnos las vestiduras.

Tampoco hay quien dude de la competitividad de nuestras empresas constructoras, que operan en 85 países y gestionan cerca del 40% de las concesiones de transporte de todo el mundo, contribuyendo  a mejorar nuestra balanza de pagos.

Las medidas económicas deberían ir enfocadas a potenciar nuestras virtudes, a subvencionar la inversión en este tipo de empresas, a aprobar exenciones fiscales para que se instalen en nuestro país compañías relacionadas con el turismo y la construcción y, por supuesto, a no volver a permitir que se nos escape un proyecto como el de Eurovegas por culpa de unos políticos poco valientes.

EEUU viene tomando medidas así desde hace mucho tiempo con excelentes resultados. No hay más que analizar las empresas tecnológicas de Silicon Valley o el turismo de Florida. Quizás Europa debería tomar nota y oficializar la especialización de sus estados miembros.

Entonces, ¿no hemos aprendido nada de la crisis? Desde mi punto de vista, lo hemos aprendido todo. El problema de la crisis no fue el “qué”, sino el “cómo”. Fue porque crecimos de forma inflacionista basándonos en una burbuja creada por una demanda ficticia alimentada de crédito fácil. Si no olvidamos esto, no volveremos a caer. Debemos poner cortafuegos a los motivos de la crisis. Con el viento en contra se están tomando medidas para evitar que volvamos a tropezar con la misma piedra. Los bancos ya no financian el suelo a los promotores y financian sólo la construcción. Además, lo hacen siempre y cuando hayan vendido un porcentaje mínimo del proyecto. Tampoco conceden hipotecas a compradores por más del 80% del valor de la vivienda, ni si la cuota supone más del 40% de los ingresos.  Con las reformas del sistema financiero y los test de estrés se han incrementado las exigencias en el cumplimiento de los ratios de liquidez, solvencia y tasa de reservas a las entidades financieras. Sólo espero que continuemos con los cortafuegos cuando tengamos el viento a favor para no volver  a caer en el “cómo”. En cuanto al “qué”, es mejor “zapatero a tus zapatos” que “de mayor quiero ser astronauta”. O al menos, más práctico y realista.

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La orgía financiera

Patrón oro

Hubo un tiempo en el que el endeudamiento público era moderado, el tipo de cambio se mantenía estable, la inflación no resultaba ser un problema y los bancos centrales estaban bajo control. El mundo se había acostumbrado a crecer de forma sostenida. Los gobernantes se preocupaban de mejorar la productividad, la competitividad, la investigación y el empleo en sus respectivos países. El dinero era la moneda de cambio que sustituyó al trueque para facilitar las transacciones de bienes y servicios y estaba respaldado por el “patrón oro”. Este patrón consistía en que cualquiera podía cambiar su dinero por oro a un tipo de cambio establecido. Si un país tenía déficit comercial con respecto a otro, enviaba sus reservas de oro a éste, de tal forma que se reducía su masa monetaria, rebajándose sus precios y haciéndose más competitivo para exportar. El país  que recibía el metal precioso incrementaba su masa monetaria y sus precios, comenzaba  a importar más de lo que exportaba y surgía el déficit en su balanza comercial.  De este modo se regulaban los flujos de reservas de oro manteniéndose un equilibrio. Corría la segunda mitad del siglo XIX y el dinero sólo representaba el valor de los bienes y servicios por los que se intercambiaba.

Entonces estalló la Primera Guerra Mundial. Los países que en ella participaron importaron tanto armamento que vaciaron de sus bancos centrales sus reservas de oro. Decidieron sustituir el patrón oro por un patrón basado en la confianza. La chapuza no fue menuda. Como nuestra forma de controlarnos es objetiva y cuantificable y no cumplimos los unos con los otros, vamos a basarnos en algo tan subjetivo como es la confianza. Sería como si un comercial de una empresa de tornillos que no está cumpliendo con sus objetivos de ventas, le plantease a su jefe vincular su retribución variable a su percepción positiva del mercado automovilístico. Aunque no venda ni un solo tornillo. Una cuestión de confianza. Fue el principio del fin del patrón oro.

Después de la Primera Guerra Mundial, una Alemania expoliada y obligada a pagar ingentes indemnizaciones por la guerra, aprovechó el nuevo sistema monetario para emitir marcos indiscriminadamente. Esta política desembocó en un periodo hiperinflacionario que dilapidó los ahorros de la clase media y generó desempleo y malestar social. El resto de países intentaron infructuosamente restituir el patrón oro, pero los desacuerdos en los tipos de cambio provocaron desajustes en las balanzas comerciales y la Gran Depresión de 1929. Alemania no levantaba cabeza y en 1933 Adolf Hitler ganó las elecciones parlamentarias. No hace falta contar lo que sucedió después.

En 1971, tras fallidos intentos de restablecer un sistema desvirtuado basado en el patrón oro, Nixon decidió darle el golpe de gracia definitivo para poner en marcha el sistema monetario fiduciario que conocemos hoy. La orgía financiera.

Las divisas comenzaron a cotizar unas con respecto a otras y, para beneplácito de especuladores o para mayor quebradero de cabeza de empresas importadoras y exportadoras, se creó el mercado de divisas.

El sistema monetario  basado en el dinero fiduciario valora las divisas por la confianza en el buen hacer de los bancos centrales. Pero el dinero ya no está respaldado por un activo final como es el oro, que no es un pasivo para nadie. Con el nuevo sistema, el pasivo de los bancos centrales sigue siendo el papel moneda emitido, pero su activo son los títulos que adquieren en el mercado (deuda pública, deuda privada u otras divisas). Sus activos no son más que inversiones, buenas o malas, pero inversiones al fin y al cabo. Esas inversiones son un pasivo para otros agentes económicos. Y cuanto más inviertan los bancos centrales, más dinero habrá en circulación.

El sistema financiero se ha convertido en los últimos cuarenta años en un casino con las cartas marcadas por los bancos centrales, los gobiernos y las entidades financieras en el que los ciudadanos y las empresas están obligados a jugar. Una gran bacanal, que constituye una fuente de enriquecimiento para las élites, basada en el manejo de información privilegiada. Además, se ha convertido en la solución a todos los problemas económicos.

Si existe un problema de estancamiento la solución es inyectar dinero. Si el problema es de mala gestión bancaria con riesgo de quiebra del sistema, más dinero. Y si surgen dudas sobre la deuda soberana debidas a la errática administración de los estados, entonces dinero. Y así hemos llegado hasta donde estamos hoy. Existe más dinero en circulación que la riqueza que podrán crear generaciones y generaciones, nuestros periodos de crecimiento económico no son más que burbujas inflacionarias y el endeudamiento de los estados con respecto a su PIB está sobredimensionado. Pero esta situación no reventará porque se inyectará más dinero.

Pero lo cierto es que cada vez hay más desconfianza en un sistema basado en la confianza. Los ciudadanos llevan muchos años asimilando las políticas de austeridad para que sus gobiernos puedan hacer frente a los intereses de la deuda y ven cómo el endeudamiento de sus estados sigue creciendo. Con este malestar social, partidos de ideología fascista y comunista están resurgiendo con fuerza en países como Grecia, España, Italia o Francia. Como en la Alemania de los años treinta.

Llegados a este punto ¿no merece la pena que nos replanteemos nuestro sistema monetario? ¿Sería acaso una insensatez establecer un sistema por el que se pueda acotar la barra libre que hoy tenemos? Yo creo que no.

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La gata Flora

Gatito

Existe un fenómeno que causa pavor entre los economistas por la dificultad que tiene su corrección. Me refiero a la tan temida “estanflación”, cuya denominación combina los términos “estancamiento” e “inflación”. La estanflación tuvo lugar por primera vez durante la crisis del petróleo de 1973. El encarecimiento del crudo incrementó los costes de producción de las empresas que subieron los precios sin que la demanda acompañase, reduciéndose el consumo y generándose desempleo. Algunos economistas han denominado este escenario como “el peor de los mundos”. Las políticas que se utilizan para combatir uno de los dos problemas suelen agravar el otro. Las políticas monetarias restrictivas que se usan para combatir la inflación profundizan en la recesión y generan desempleo, mientras que las políticas fiscales y monetarias expansivas utilizadas para estimular el crecimiento traen aparejado el desbocamiento de los precios. Para volverse loco.

Pero si el peor escenario posible es la “estanflación”, ¿no debería ser la situación actual española de crecimiento y bajada de precios un milagro económico? Si apelamos a la lógica, la respuesta debería ser afirmativa. Sin embargo, nuestros gobernantes andan muy preocupados últimamente por la deflación. En mi opinión, cuando se trata de posicionarte en contra de lo que dicta el sentido común, debemos, cuanto menos, detenernos  para reflexionar sobre los tres motivos por los que la bajada de precios perjudica a la economía.

El primero de ellos argumenta que cuando se reduce el consumo bajan los precios y, con ellos, los márgenes de las empresas. Al permanecer estables los costes laborales, se producen despidos y desempleo, que lleva a una mayor retracción del consumo. Estamos todos de acuerdo. Cuando se genera por una falta de demanda. La situación actual no tiene nada que ver. Los precios están bajando por un exceso de oferta sin que se reduzcan los márgenes de las empresas. La drástica bajada del precio del petróleo y el ajuste al que se han sometido las empresas durante la crisis –costes laborales incluidos- está permitiendo reducir precios y reactivar el consumo que, por cierto, es el motor del crecimiento actual. Además, si la deflación es tan terrible, ¿por qué España, siendo de los países cuyo proceso deflacionista es mayor, es de los que más están creciendo?

El segundo de los problemas de la deflación es el psicológico. Según dicen, la bajada en los precios retrasa la decisión de compra perjudicando al consumo. Mentira. Podría ser así en el siglo pasado. En la actualidad los hábitos de los consumidores han cambiado. Si el problema psicológico fuese real, ¿cómo se explica que el sector tecnológico sea el que más ha crecido en la última década siendo el que más bajadas de precios ha experimentado?

El tercero de los teóricos problemas es que la deflación perjudica al endeudamiento, ya que la disminución del valor real de la moneda hace que las deudas sean mayores en términos relativos. Siendo cierta la afirmación no debe confundirnos. El problema no es la deflación sino la deuda. La bajada de precios perjudica al endeudamiento al igual que beneficia al ahorro, que será mayor en términos relativos. No nos hagamos trampas al solitario. Decir que hay que combatir la deflación para no agravar el problema de la deuda es como decir que debemos prohibir la venta de pasteles para no agravar el problema de la obesidad. Nuestra obligación es hacer los deberes. Las empresas y familias, que vienen reduciendo el endeudamiento privado desde 2012, ya los están haciendo. Es el turno del sector público, que contempla sin inmutarse como la deuda pública se acerca vertiginosamente al 100% del PIB.

Pero que nadie se preocupe. Vamos a luchar con todas nuestras armas contra una situación actual por la que suspirábamos hace cuatro años. Los mercados “draghiadictos” están celebrando a bombo y platillo que el BCE haya sacado sus tanques a la calle. Comprará deuda soberana por valor de 60.000 millones de euros al mes durante el próximo año y medio. Con los tipos casi al cero por ciento, pronto habremos alcanzado nuestro objetivo y estaremos de nuevo preocupándonos por la inflación y las burbujas. Volveremos a llorar entonces. Y vuelta a empezar.

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La redistribución inversa

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La OCDE ha publicado recientemente un informe en el que afirma que la desigualdad económica perjudica el crecimiento. Una obviedad. Supongo que nadie que conozca los principios básicos de la economía dudará de que esta afirmación sea cierta. No obstante, es un informe muy recomendable para los escépticos. En él demuestra cómo los países en los que la desigualdad de ingresos está disminuyendo crecen más rápido que los que ven un aumento en ésta.

Las grandes desigualdades tienen un doble efecto negativo sobre la economía. Uno en el corto y otro en largo plazo. En el corto plazo, el crecimiento se verá afectado desde el consumo y desde la inversión. Para comprenderlo, propongo un sencillo ejemplo. Supongamos que en un país de 10 habitantes, uno de ellos obtiene 1.000.000 €  de ingresos, mientras que los otros 9 tan solo obtienen 1 € cada uno. Por la vía de la inversión nunca crecerá, ya que el único que podría invertir sería improbable que lo hiciese en un país en el que todo el mercado potencial son solamente 9 €. En cuanto al consumo, parece obvio que el porcentaje de la renta total destinado al consumo será mayor cuando ésta esté distribuida equitativamente entre todos que cuando uno tiene más del 99%, que destinará gran parte de su renta al ahorro. El efecto en el largo plazo, además de ser más preocupante, tiene peor solución. En sociedades con grandes desigualdades, el acceso a una formación cualificada se reduce a unos pocos, viéndose afectadas en el largo plazo la productividad, la competitividad y la innovación.

Pero coincidiendo en el diagnóstico, el problema viene a la hora de plantear una solución. Debemos tener mucho cuidado con las demagogias de salarios máximos, rentas universales o sistemas fiscales excesivamente progresivos. Este tipo de medidas, suelen traer asociados problemas de desmotivación, productividad y fuga de talentos. Es lógico. Si voy a tener los mismos ingresos independientemente de mi esfuerzo ¿para qué me voy a esforzar?, o ¿por qué no me voy a un país en el que se valore mi trabajo?.  Estos problemas suelen ser más dolorosos para la economía que la propia desigualdad. No es la solución. Soy y seré un firme defensor de la meritocracia y de la cultura del esfuerzo.

Pero entonces ¿cómo redistribuir la riqueza sin que los ricos paguen más impuestos? Es en este punto dónde está la clave de la cuestión. Mi respuesta es que no hace falta que paguen más impuestos, será suficiente con que paguen los mismos. Resulta que en España la redistribución de la riqueza es inversa. Las grandes empresas tienen exenciones fiscales, tipos reducidos o tributan en paraísos fiscales. Las grandes fortunas están en SICAVs.  Sin embargo, el peso de la recaudación lo asumen las pymes y las familias. Este injusto sistema fiscal –además de la desorbitada tasa de desempleo- es el causante de que la desigualdad haya crecido durante la crisis. El problema es la captura del poder político por las élites, que generan leyes hechas a la medida de los intereses de unos pocos.

La solución, por tanto, se debe basar en que las pequeñas y medianas empresas compitan en igualdad de condiciones que las grandes, o que las grandes fortunas tributen lo mismo proporcionalmente que los pequeños inversores. Si preocupa la fuga de capitales o los paraísos fiscales, sería suficiente un pacto de no agresión entre los países del G20 para combatir un problema que nos afecta a todos. Parece sencillo, pero no lo es. En un contexto en el que el poder político está gobernado por el poder económico cabe hacerse la siguiente pregunta: ¿interesa tomar este tipo de medidas a los que tienen la capacidad de tomarlas? Que cada uno saque sus propias conclusiones.

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Confiando en el pastor mentiroso

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Ahora que se llevan las consultas participativas, me voy a permitir lanzar un par de preguntas: ¿estamos todavía en crisis? Y en caso afirmativo, ¿vamos a permanecer en ella durante mucho más tiempo? Si preguntas a cualquier miembro del actual Gobierno, la respuesta será clara: solamente “no”. Dirá que ya estamos creciendo y generando empleo, que estuvimos en crisis durante la anterior legislatura pero que ellos son los superhéroes que han evitado la bancarrota del país. Sin embargo, si preguntas a una gran empresa, te dirá que percibe bastantes indicadores de mejoría, que aunque sin crecimiento en la zona euro, se han estabilizado los repuntes de la deuda periférica. Te dirá que la maquinaria del dinero de Mario Draghi  funcionando a pleno rendimiento les está permitiendo financiarse más barato y que las acciones de su empresa mantienen desde hace tiempo una tendencia alcista. Sería un “sí-no”. Pero, ¿y si le preguntas a una pequeña empresa? Si no ha muerto en su travesía por el desierto,  te dirá que se ha quedado coja, manca y tuerta, que  sus ventas siguen cayendo o están estancadas, que continúa sin acceso al crédito y que no tiene ninguna confianza en una inminente recuperación. Que su único objetivo es subsistir. Sería, más bien, un “sí-sí”.Entonces, ¿por  qué percepciones tan diferentes de la misma situación?

La respuesta de los primeros no merece mucho análisis. Son políticos. Son capaces de­­­ defender algo en lo que no creen a cambio de un puñado de votos. Para  unos nunca hubo crisis o al menos, no en España. Si la hubo, iba a ser muy corta, porque se podían contemplar brotes verdes allí donde mirases. Los otros prometieron bajar impuestos para luego subirlos en cuanto llegaron al poder. El año pasado decían que habían puesto en marcha un nuevo modelo basado en las exportaciones  y ahora que se les ha vuelto del revés la balanza de pagos, resulta que es la demanda interna la que nos está sacando de la crisis. Entre unos y otros empiezan a recordar al pastor de la fábula, que solicitaba auxilio a sus compañeros con el embuste del lobo para burlarse de ellos.

Las diferentes respuestas que darían las empresas en función de su tamaño vienen determinadas por las medidas que realmente se están tomando contra la crisis. La única medida de calado es la política monetaria expansiva que está llevando a cabo el BCE. Personalmente soy de la teoría de que el dinero es neutral en el largo plazo, un velo que no afecta a la variables reales de la economía, sino solamente a fenómenos monetarios como la inflación. Sin embargo, en el corto plazo, el aumento de la masa monetaria se queda en los mercados financieros sin alcanzar a la economía real. De ahí la diferencia en las respuestas entre la pequeña y la gran empresa. Desde mi punto de vista, tiene razón el BCE en recomendar políticas fiscales a los gobiernos. Las reformas laboral, fiscal y de las Administraciones Públicas, aunque con un buen fondo, han sido demasiado laxas. Se echan en falta medidas similares a las tomadas por Ronald Reagan en los años ochenta, con considerables reducciones de impuestos sobre el trabajo y el capital, desregulación de la actividad económica y reducción del gasto público para estimular una economía real herida de muerte.

Cuando por fin seamos capaces de tocar la tecla adecuada, independientemente de cuál sea,  será necesario añadir un ingrediente adicional para dejar atrás la devastadora crisis económica. Ese ingrediente mágico es la confianza.  Recuperar la confianza es necesario para que comencemos a dar pasos firmes en la dirección correcta. Sin confianza en nuestras instituciones, en el marco jurídico o en el entorno económico, es difícil que las empresas emprendan nuevos proyectos que les lleven a generar empleo, invertir en bienes de equipo o lanzarse a procesos de internacionalización. Sin confianza no volverá a repuntar el consumo privado. Sólo espero que, llegado el momento, los encargados de transmitirnos ese mensaje y los responsables de proporcionarnos esa confianza se hayan renovado. Necesitamos otros interlocutores para que el lobo no se coma nuestra confianza. Porque como reza la moraleja de la fábula,  “en boca del mentiroso, lo cierto se hace dudoso”

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Ética e inteligencia

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Corren tiempos en los que se habla de la operación Púnica y de los ERES de Andalucía, de las preferentes y de las tarjetas opacas, de Gowex y de la familia Pujol. Corren tiempos en los que el pequeño Nicolás está de moda. Estos tiempos no son más que el reflejo de la sociedad en la que nos hemos convertido desde principios del siglo  XXI, sustentada en la especulación, el despilfarro, el tráfico de influencias, la estafa y el todo vale. Esa sociedad es el verdadero germen de la crisis económica, el ingrediente que consiguió que  la crisis financiera internacional sacudiese a España con más fuerza que a ningún otro país. En estos tiempos estamos padeciendo las consecuencias.

Era normal que un niño, que decía poder conseguir favores por sus andaduras en las grandes esferas, se enriqueciese con dinero de empresarios ávidos de recibir esos supuestos tratos de favor. Era normal que un pseudoempresario se inventase una empresa con clientes ficticios, facturación falsa y cuentas anuales auditadas, y la sacase a un mercado cotizado y supervisado por BME y la CNMV, con el único objetivo de capitalizarla y meterse el dinero de los estafados inversores en su bolsillo. Era normal que las licitaciones y concursos públicos se consiguiesen untando al político de turno. Era normal que los dirigentes de cajas de ahorro comercializasen productos financieros complejos y de alto riesgo a ilusos jubilados para poder alcanzar sus objetivos y embolsarse millonarios bonus.

Hemos vivido en una monstruosa realidad normalizada. Todos y cada uno de los miembros de esa sociedad tenemos nuestra cuota de responsabilidad. No sólo los políticos. También las empresas privadas, las entidades financieras, los medios de comunicación, las auditoras, las tasadoras y las instituciones públicas. Todos preferíamos mirar para otro lado y continuar con nuestros aires de grandeza.

Ha llegado la hora de pasar página y volver a enderezar los renglones de nuestra historia. Nuestra sociedad tiene valores arraigados sobre los que debemos comenzar a construir. Durante la crisis he visto cómo empresarios han perdido su patrimonio para pagar hasta el último euro que debían a sus empleados. He visto cómo los abuelos pagaban las hipotecas de sus hijos y los colegios de sus nietos y cómo los hijos pagaban las pensiones de sus padres. Algo así es impensable en sociedades anglosajonas o germanas. Tenemos una base que complementar aprendiendo de la rectitud y de la ética de otros países. Pero no podemos dejarnos llevar por absurdos populismos bolivarianos que propongan llevar al default (suspensión de pagos) a nuestro país o llevar a cabo masivas nacionalizaciones, expropiaciones y ocupaciones que atenten contra la propiedad privada. Debemos comenzar a construir sobre un liberalismo económico sustentado en la ética.

Todos tenemos que aportar nuestro granito de arena. Desde nuestras empresas será suficiente con que interioricemos la máxima de una compañía: la creación de valor. Bastará con que seamos capaces de proporcionar al mercado bienes y servicios competitivos para que podamos tener clientes satisfechos. Con la simbiosis cliente-empresa,  el incremento de las ventas, de los beneficios y del valor de las acciones vendrá solo. No es necesario estafar a clientes ni a inversores. Se trata de cambiar la especulación, el pelotazo,  el tráfico de influencias y la digitocracia por el trabajo, el sacrificio, el esfuerzo y la meritocracia.

Tengo padres empresarios, amigos empresarios,  socios empresarios y clientes empresarios. A diario trabajo con empresarios. De todos ellos he aprendido que un buen negocio es aquel en el que las dos partes ganan algo. Si las dos partes ganan más de lo que ceden, los negocios son duraderos. No puede haber parasitismos en los que una parte se aprovecha de la otra. Por eso, actuar éticamente no sólo es importante para no delinquir o para dormir más tranquilo. Esos aspectos prefiero dejarlos en manos de los Tribunales o de la conciencia de cada uno. Actuar con ética es inteligente. Crea un entorno de confianza,  genera relacionas mercantiles duraderas y genera beneficios y valor en las empresas. Cualquier otro comportamiento de la condición humana tiene las patas muy cortas. Que se lo pregunten a los protagonistas de nuestros tiempos. Pasemos página.

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El estado del malestar

Para Archivo. Oficina INEM

Un año más por estas fechas tenemos proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Un año más comienzan su periplo por el Congreso, para pasar luego a la Comisión y al Senado, y regresar de nuevo al Congreso, donde serán aprobados definitivamente. Un año más, como siempre al final de cada legislatura, tienen cierto tinte electoralista teñido de optimismo.

A pesar de la desaceleración de la eurozona, el Gobierno ha revisado al alza el crecimiento de nuestra economía hasta un 2%. No sería la primera vez, ni será la última, que España crece mientras que el resto de países europeos se estancan. Spain is different. Pero no nos engañemos. Mientras nuestros socios y vecinos sigan sin despegar, nuestro crecimiento tiene fecha de caducidad. Y mientras tanto, ¿cómo afectan los nuevos presupuestos al mercado laboral? Parece que tenemos que celebrar que el año que viene se crearán 350.000 empleos reduciendo la tasa de paro al 23%. También tenemos que celebrar que si somos capaces de crecer al 2% de forma sostenida (algo que parece complicado) tardaremos solamente 10 años en recuperar los puestos de trabajo que se han destruido durante la crisis. ¿Acaso nos estamos volviendo locos? Es evidente que tenemos que tomar medidas más contundentes que la efímera reforma realizada, para mejorar un mercado laboral arcaico. Y debemos enfocarlo, aunque sea políticamente incorrecto, desde la reducción del salario mínimo y de las cotizaciones sociales.

La reducción del salario mínimo es obligada para reducir el desempleo juvenil que alcanza ya tasas superiores al 50%. Sin herramientas de política monetaria, hemos tenido que llevar a cabo una devaluación interna a base de reducir precios y salarios para mejorar nuestra competitividad exterior y poder comenzar nuestra recuperación.  Sin embargo, el salario mínimo no ha acompañado a esta devaluación y lleva congelado desde 2011. El mercado laboral se rige, como cualquier mercado, por la ley de la oferta y la demanda. Cualquier intervención sobre los salarios dará lugar a desajustes o desempleo como muestra el gráfico ilustrativo bajo el texto.

La reducción de las cotizaciones sociales –una histórica recomendación del FMI- es una de las principales reformas que deben abordar los países del viejo continente si queremos recuperar competitividad y reducir las elevadas tasas de paro europeas. En el caso de España, no puedo dejar de echarme las manos a la cabeza al ver cómo en 2015 destinaremos 25.000 millones de euros a prestaciones por desempleo que serán financiados con las cotizaciones sociales actuales y futuras de los ocupados. De cada 100 euros de gasto que tiene una empresa por empleado (sin tener en cuenta provisiones para despidos, bajas médicas y seguros obligatorios), tan sólo 60 llegan al bolsillo de éste. ¿Hay alguna fórmula mejor para desincentivar el empleo? No es de extrañar que las empresas pierdan competitividad por los elevados costes laborales, ni que los trabajadores se quejen de los bajos salarios, ni que los desempleados se tomen con tranquilidad la búsqueda de trabajo, ni que el mercado laboral sumergido crezca.

El estado del bienestar está muerto. O por lo menos, tal y como lo tenemos concebido actualmente. No creo que la solución sea el modelo americano.  Es bueno que haya un seguro de desempleo porque permite al  trabajador buscar el empleo que mejor se adecue a sus características, pero que sea tan elevado y dure tanto tiempo no incentiva la búsqueda de empleo. Hay términos medios.

Lo que preocupa de estas medidas cargadas de sentido común es la recaudación y cómo cuadrar las cuentas. No se preocupen, la recaudación llegará sola con la generación de empleo. Y para el que no compre la idea, siempre será mejor compensarlo con impuestos indirectos y especiales, pero por favor, dejemos de gravar el trabajo.Gráfico empleo

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El absurdo criterio del Gobierno

Criterio de caja

El ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, reconocía  la semana pasada en el Congreso el fracaso del IVA de caja, y avanzaba que se estudiarán fórmulas de mejora. Al parecer, tan solo el 0,9% de los posibles beneficiarios se han acogido al nuevo régimen fiscal. No me sorprende. Es probable que esas empresas no estuviesen bien asesoradas y pronto volverán a acogerse al criterio de devengo.  Porque me cuesta creer que nuestros gobernantes  pensasen que con su feliz idea iban a solucionar los problemas de liquidez de nuestras empresas.

Vayamos por pasos. El Partido Popular anunció en su programa electoral que, si gobernaba, introduciría un nuevo régimen fiscal por el que las empresas que se acogiesen al mismo no tendrían que liquidar el IVA repercutido en sus facturas hasta que las hubiesen cobrado. Música celestial. Por lo visto estuvieron muy ocupados en los primeros años de la legislatura incrementando la carga fiscal, porque tardaron dos años en anunciar  a bombo y platillo la Ley de Emprendedores, que incluía el nuevo régimen fiscal, el llamado criterio de caja. Con él anunciaron todas sus trampas.

La primera trampa es la menos tramposa. De hecho, hasta tiene sentido. Es el criterio de caja doble y consiste en que si una empresa se acoge a este régimen, no podrá deducirse el IVA soportado de sus adquisiciones hasta que no haya pagado a sus proveedores. Estás a las duras y a las maduras.

La segunda, además de sorprendente es insultante. Las empresas que tengan un proveedor acogido al criterio de caja no podrán deducirse el IVA soportado en las facturas de ese proveedor hasta que no le hayan pagado, aunque la empresa en cuestión no se haya acogido al nuevo régimen fiscal.

Merece la pena detenerse a analizarlo con un ejemplo. Si una empresa A, acogida al criterio de caja, factura 100 euros más IVA (121 € en total) a su cliente B, no acogido al régimen fiscal, no tendrá que pagar el IVA hasta que no cobre su factura. Parece ventajoso. La empresa  A retrasará el pago de los 21 € a Hacienda hasta que haya cobrado. Lo curioso es que el cliente B, sin haber modificado su estatus,  no sólo tendrá que cambiar sus sistemas administrativos y de contabilidad, sino que además no podrá deducirse el IVA de la factura hasta que la pague. ¿No tendría sentido que el cliente B tomase la decisión de no volver a comprar a ese proveedor? Y en el caso de que ese proveedor fuese tan competitivo que al cliente le mereciese la pena adelantar a Hacienda esos 21 € (que no podrá deducir) para seguir comprándole, ¿no sería mejor adelantar ese dinero directamente al proveedor para que no se acoja al criterio de caja y así evitar cambiar los sistemas de contabilidad en ambas empresas? Entonces, ¿para qué sirve el criterio de caja? ¿A quién beneficia? ¿Cuánto hemos gastado en una solución a la que puede llegar el libre mercado sin la intervención del gobierno?

Señores gobernantes, no somos necios. El criterio de caja solo sirve para que sus Ayuntamientos tengan la excusa de seguir demorando el pago de sus facturas. Si de verdad quieren ayudar a nuestras empresas, tomen medidas tan sencillas y valientes como reducir el impuesto de sociedades, en consonancia con los tipos del resto de Europa. Conseguirán reducir la economía sumergida y conseguirán que los beneficios de las empresas se destinen a inversión y creación de empleo. Además, aunque no les cuadren los números, conseguirán una mayor recaudación.  Créanme.

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