Existe un fenómeno que causa pavor entre los economistas por la dificultad que tiene su corrección. Me refiero a la tan temida “estanflación”, cuya denominación combina los términos “estancamiento” e “inflación”. La estanflación tuvo lugar por primera vez durante la crisis del petróleo de 1973. El encarecimiento del crudo incrementó los costes de producción de las empresas que subieron los precios sin que la demanda acompañase, reduciéndose el consumo y generándose desempleo. Algunos economistas han denominado este escenario como “el peor de los mundos”. Las políticas que se utilizan para combatir uno de los dos problemas suelen agravar el otro. Las políticas monetarias restrictivas que se usan para combatir la inflación profundizan en la recesión y generan desempleo, mientras que las políticas fiscales y monetarias expansivas utilizadas para estimular el crecimiento traen aparejado el desbocamiento de los precios. Para volverse loco.
Pero si el peor escenario posible es la “estanflación”, ¿no debería ser la situación actual española de crecimiento y bajada de precios un milagro económico? Si apelamos a la lógica, la respuesta debería ser afirmativa. Sin embargo, nuestros gobernantes andan muy preocupados últimamente por la deflación. En mi opinión, cuando se trata de posicionarte en contra de lo que dicta el sentido común, debemos, cuanto menos, detenernos para reflexionar sobre los tres motivos por los que la bajada de precios perjudica a la economía.
El primero de ellos argumenta que cuando se reduce el consumo bajan los precios y, con ellos, los márgenes de las empresas. Al permanecer estables los costes laborales, se producen despidos y desempleo, que lleva a una mayor retracción del consumo. Estamos todos de acuerdo. Cuando se genera por una falta de demanda. La situación actual no tiene nada que ver. Los precios están bajando por un exceso de oferta sin que se reduzcan los márgenes de las empresas. La drástica bajada del precio del petróleo y el ajuste al que se han sometido las empresas durante la crisis –costes laborales incluidos- está permitiendo reducir precios y reactivar el consumo que, por cierto, es el motor del crecimiento actual. Además, si la deflación es tan terrible, ¿por qué España, siendo de los países cuyo proceso deflacionista es mayor, es de los que más están creciendo?
El segundo de los problemas de la deflación es el psicológico. Según dicen, la bajada en los precios retrasa la decisión de compra perjudicando al consumo. Mentira. Podría ser así en el siglo pasado. En la actualidad los hábitos de los consumidores han cambiado. Si el problema psicológico fuese real, ¿cómo se explica que el sector tecnológico sea el que más ha crecido en la última década siendo el que más bajadas de precios ha experimentado?
El tercero de los teóricos problemas es que la deflación perjudica al endeudamiento, ya que la disminución del valor real de la moneda hace que las deudas sean mayores en términos relativos. Siendo cierta la afirmación no debe confundirnos. El problema no es la deflación sino la deuda. La bajada de precios perjudica al endeudamiento al igual que beneficia al ahorro, que será mayor en términos relativos. No nos hagamos trampas al solitario. Decir que hay que combatir la deflación para no agravar el problema de la deuda es como decir que debemos prohibir la venta de pasteles para no agravar el problema de la obesidad. Nuestra obligación es hacer los deberes. Las empresas y familias, que vienen reduciendo el endeudamiento privado desde 2012, ya los están haciendo. Es el turno del sector público, que contempla sin inmutarse como la deuda pública se acerca vertiginosamente al 100% del PIB.
Pero que nadie se preocupe. Vamos a luchar con todas nuestras armas contra una situación actual por la que suspirábamos hace cuatro años. Los mercados “draghiadictos” están celebrando a bombo y platillo que el BCE haya sacado sus tanques a la calle. Comprará deuda soberana por valor de 60.000 millones de euros al mes durante el próximo año y medio. Con los tipos casi al cero por ciento, pronto habremos alcanzado nuestro objetivo y estaremos de nuevo preocupándonos por la inflación y las burbujas. Volveremos a llorar entonces. Y vuelta a empezar.
Así ocurre, ciertamente, como recoge Pedro Romero en su atinado artículo titulado La Gata Flora, apelativo familiar cuyo significado no desvelaré. Pero debo realizar algún comentario.
En mi opinión, la bajada de precios que nos indica el Índice de precios al consumo tiene algún matiz más, que los descritos. Veamos la elasticidad de la demanda es un factor a tener en cuenta para muchos productos, así también los nuevos hábitos de consumo que se han implantado en los consumidores a lo largo de los años que llevamos de crisis, donde los ajustes se han producido vía empleo, vía márgenes empresariales y mucho menos en el sector público, aunque en estos momentos hay en torno a 350.000 empleos públicos menos que hace tres años.
Y por último pero no menos importante, está siendo el incremento de la competitividad empresarial que busca clientes y nichos de negocio bajando precios y mejorando la calidad, lo que también ha influido en el IPC , me estoy refiriendo a los sectores no regulados.
Y para el final un apunte tranquilizador. Es cierto que la estaflacin es un problema de solución muy difícil, ahí tenemos a Japón que tardo 20 años en resolverla, pero debemos saber que con un crecimiento del PIB superior al 2% es menos probable que aparezca el fantasma y evitáremos la situación de La gata flora.
Gracias por tus siempre constructivos comentarios