Durante la Semana Santa los datos de ocupación hotelera han superado las previsiones más optimistas y no se ha visto la arena en nuestras playas, inundadas de sombrillas bajo un sol radiante. Si bien es cierto que el buen tiempo ha contribuido, también lo es que la recuperación económica es un hecho. Los datos del paro de marzo son los mejores de la serie histórica y las grúas vuelven a levantarse sobre el horizonte de nuestras ciudades. Tras muchos años de pasión y calvario, hemos resucitado.
El sol y los ladrillos comienzan de nuevo a tirar de la economía española. Nada ha cambiado. Nuestro producto interior bruto tiene una fuerte dependencia de la construcción y del turismo. Cualquier otra cosa que nos cuenten es un canto de sirena. Después de sufrir la mayor crisis económica que recuerdan generaciones, comenzamos la recuperación con el mismo modelo que nos llevo al desastre. Nosotros erre que erre.
Más de uno se preguntará si es necesario un cambio de modelo para no volver a las andadas. Mi respuesta es que no. Al igual que un zapatero se debe especializar en hacer zapatos, un país debe especializarse en lo que mejor sepa hacer.
Nadie pone en duda la capacidad de nuestro país para recibir turistas atraídos por nuestro clima, nuestras playas, nuestras ciudades, nuestros hoteles, nuestros restaurantes y nuestras infraestructuras de transportes. No pretendo entrar en un debate sobre las inversiones que se hicieron en alta velocidad durante “aquellos maravillosos años”. Tan cierto es que ninguna línea rentabilizará la inversión como que la mayoría de ellas son operativamente rentables descontando la misma. Y la inversión ya está hecha, no hay vuelta atrás. Es, como dirían los economistas, un coste hundido. Aprovechémoslas sin rasgarnos las vestiduras.
Tampoco hay quien dude de la competitividad de nuestras empresas constructoras, que operan en 85 países y gestionan cerca del 40% de las concesiones de transporte de todo el mundo, contribuyendo a mejorar nuestra balanza de pagos.
Las medidas económicas deberían ir enfocadas a potenciar nuestras virtudes, a subvencionar la inversión en este tipo de empresas, a aprobar exenciones fiscales para que se instalen en nuestro país compañías relacionadas con el turismo y la construcción y, por supuesto, a no volver a permitir que se nos escape un proyecto como el de Eurovegas por culpa de unos políticos poco valientes.
EEUU viene tomando medidas así desde hace mucho tiempo con excelentes resultados. No hay más que analizar las empresas tecnológicas de Silicon Valley o el turismo de Florida. Quizás Europa debería tomar nota y oficializar la especialización de sus estados miembros.
Entonces, ¿no hemos aprendido nada de la crisis? Desde mi punto de vista, lo hemos aprendido todo. El problema de la crisis no fue el “qué”, sino el “cómo”. Fue porque crecimos de forma inflacionista basándonos en una burbuja creada por una demanda ficticia alimentada de crédito fácil. Si no olvidamos esto, no volveremos a caer. Debemos poner cortafuegos a los motivos de la crisis. Con el viento en contra se están tomando medidas para evitar que volvamos a tropezar con la misma piedra. Los bancos ya no financian el suelo a los promotores y financian sólo la construcción. Además, lo hacen siempre y cuando hayan vendido un porcentaje mínimo del proyecto. Tampoco conceden hipotecas a compradores por más del 80% del valor de la vivienda, ni si la cuota supone más del 40% de los ingresos. Con las reformas del sistema financiero y los test de estrés se han incrementado las exigencias en el cumplimiento de los ratios de liquidez, solvencia y tasa de reservas a las entidades financieras. Sólo espero que continuemos con los cortafuegos cuando tengamos el viento a favor para no volver a caer en el “cómo”. En cuanto al “qué”, es mejor “zapatero a tus zapatos” que “de mayor quiero ser astronauta”. O al menos, más práctico y realista.